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Un spa no es exclusivo para metrosexuales

Escrito por:Víctor Hugo Sánchez

Nunca pensé que haría algo así.

Por prejuicios, me parecía algo exclusivo de las mujeres.

O, acaso, de los metrosexuales.

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Y nunca me he considerado uno, cabe aclarar.

Pero una amiga me animó, me sacó una cita y hete ahí que el pasado fin de semana me fui a consentir, a apapachar, a abandonarme al sibarita placer (valga la redundancia) de hacerme varios tratamientos en un spa.

¡Uffff, qué experiencia! ¡Un verdadero orgasmo sensorial! Porque me clavé en la textura de la música, los aromas y el masaje relajante que en dos patadas me tenía caminando por Narnia.

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Dos horas sin celular

Un aroma refrescante y Alejandra, una joya del masaje que guardan celosamente en el ess 21  beauty & spa, puede ser lo más placentero del mundo porque, de entrada, apagarás el celular casi un par de horas y sentirás como poco a poco sus manos mágicas van desanudando los nervios torcidos del cuello, espalda y piernas, mientras la música te lleva, literal, a un viaje por tus más recónditos pensamientos y te abandonas, así, como si nada, como si todo, como si nunca y como siempre.

Como si te hubieras echado un porrito, pero sin el porrito.

 

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Como Benjamin Button

Vengo de una baja de peso de 35 kilos, por disciplina alimenticia. Era mi sábado de consentirme, de quererme, de cuidarme y pues que me lanzo a la aventura del masaje facial rejuvenecedor.

Ahí, en la misma habitación, la misma Alejandra fue llevándome de la mano y de unos aparatos modernos y carísimos de París, al increíble viaje del mismísimo Benjamin Button porque, le juro, le juro, le juro, salí de ese tratamiento con, al menos, uno cinco años menos. No exagero.

Y, pues ya en esas, que aprovecho el paquete completo: peluquería con la muy sorprendente Jimena, que me lavó y lavó el cabello como 5 veces con diferentes productos “de alta gama”, me insistía (creo que quiso decirme que eran productos caros, pero efectivos, especialmente para aliviar la caída del cabello y, en el mejor de los casos, hacer que ahí donde hay una coronilla pueda resurgir la blonda cabellera), para luego pasar a dejarme como un verdadero figurín.

Así, después de la pandemia, después del estrés del día a día, y del acumulado por años, este sábado me abandoné al cuidado de mí mismo, e invertí 4 maravillosas horas en soltar el cellphone y en darme un apapacho merecido.

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Y, no; no es cosa exclusiva de chicas ni de metrosexuales. Cada maldito peso invertido vale la pena. Tanto, que pienso regresar e ir con la galana a que nos den masajes, tomar la sauna y hacernos todo lo que ofrece el ess 21 beauty & spa porque, definitivamente, ha sido uno de los sábados más gloriosos de muchos.

Tanto, que al salir aún sentía que flotaba, que me había tocado, más que el cuerpo, el alma.

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