No poderte levantar un lunes por la mañana después de un festival como el Hell & Heaven Metal Fest es la única razón que tienes para levantarte por la mañana.
Minutos antes de que Judas Priest saliera al escenario, se nos apareció un desconocido. Por el sonido local del Hell & Heaven Metal Fest se escuchaban el riff inicial de “War pigs”, de Black Sabbath.
Fotos de Kenia López
El desconocido tenía las mejillas encendidas por el alcohol. Nos pidió que le vendiéramos un cigarro y Gabo le extendió la cajetilla abierta, durante el último coro de Ozzy.
—¿Cuánto es? —le preguntó el tipo a a mi amigo, mientras soltaba la primera bocanada de humo. La que paradójicamente llena de vida a un fumador.
—Nada— le respondió Gabo —un día tú serás el que traiga y yo te voy a pedir dos.
—Que Belcebú te lo pague— le dijo el desconocido entre risas y nos ofreció el puño, para chocarlo.
Desde el escenario, el autoproclamado “Dios del Metal” estaría orgulloso de nosotros, si no estuviera más ocupado en descargar un set de 17 canciones delante de sus convocados.
Una travesía narrativa que comenzó con un ojo eléctrico y culminó con la vida después de la medianoche. En medio violamos la ley, transitamos los pasillos de Valhalla y nos jactamos de ser unos turboamantes.
Fueron los tres días del Festival una representación de su nombre, un viaje continuo en un ascensor emocional que conectó el cielo con el infierno.
Una colección de aquellos lugares comunes que le dan vida al metal. Los solos de guitarra, los puños levantados, la señal de los cuernitos y el estricto código de vestimenta negra salpicada de cráneos, cruces invertidas y estoperoles.
De una escapada celestial nos trajimos la actuación de Stryper, llena de alabanzas bíblicas musicalizadas con guitarras distorsionadas, pero del averno exhumamos las viejas canciones satánicas de Mercyful Fate.
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Los festivales son ciudades a escala gentrificadas. Quienes más invierten, ven un poco mejor. A la par, la paradoja se dispara a otro nivel porque el dinero dejó de ser “contante y sonante” para transformarse en un código encriptado que cargas en la muñeca y te permite no desfallecer de hambre y sed en esta suerte de Mad Max que ya es cualquier festival de música.
No en vano George Bernard Shaw dijo que el infierno estaba lleno de fanáticos de la música. Hay que estar un poco zafado para someterse a un fin de semana a temperaturas glaciales, porque en el Centro Dinámico Pegaso de Toluca se instaló este fin de semana una sucursal de Groenlandia, y disfrutar de una partida de locas y locos proferir blasfemias cristianas y exaltar a deidades paganas. Para someter la espina dorsal a un tratamiento de bestias, como es molerse a caballazos mientras Zakk Wylde le rinde homenaje al amigo suyo que un ex marine asesinó a balazos. Porque pocos placeres tan sádicos hay como el de partirse la crisma mientras dos cuartos de Pantera y sus invitados descargan “Cowboys from Hell”.
No poderte levantar un lunes por la mañana después de un festival como el Hell & Heaven Metal Fest es la única razón que tienes para levantarte por la mañana.
El audio nos jugó algunas bromas pesadas, sí. Se vio a Trivium padecer la peor pesadilla del músico, el purgatorio del ejecutante, algo que pareciera pero es elemental cuando te plantas en una tarima: no escucharte a sí mismo.
Pese a ello y paradojas aparte, el saldo fue blanco. Las baterías es mantuvieron lejos del fuego y las vallas no cayeron, pese a escasez de personal de seguridad. Aún a pesar de ciertos conatos de bronca, de escasez de comida en ciertos puntos de venta y una desbandada impresionante que hizo que el sonido de Panteón Rococó le fuera insuficiente, pero que nos regaló la estampa de un chico en silla de ruedas al que la gente levantó, el Hell & Heaven Metal Fest se salió con la suya. Pensar en la posibilidad de repetir la dosis el año que entra, entre el 3 y 5 de noviembre de 2023, con Amon Amarth, Emperor y otras agrupaciones como primeras revelaciones.
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Mientras realizábamos el éxodo hacia el estacionamiento, del que tardamos más en escapar que Dante de los nueve círculos del Infierno, volví a pensar en el desconocido al que le obsequiamos un cigarro. Belcebú lo guarde hasta la próxima. Aunque doce años no fumo, si regreso traeré una cajetilla para regalar. Si Jesucristo pudo repartir panes y pescados, ¿por qué no habría de hacer yo lo mismo con nicotina?