A más de un año de confinamiento, extrañamos los pequeños detalles. En esta carta editorial, Arturo Flores nos habla de uno de ellos.
Hace un año que no vuelo. La última vez fue Covid a Monterrey en marzo. Asistí a la Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León a presentar mi libro “John Lennon me asesinó a sangre fría”. Volví a casa el día que inició el primer confinamiento y no salí más.
No es usual que un periodista se mantenga inmóvil. Pocos son los que pasan mucho tiempo en tierra. Si sumara el tiempo que he permanecido fuera de la CDMX dedicado a alguna cobertura, es posible que haya vivido semanas enteras en un aeropuerto. Un colega, Alejandro Páez Varela, me dijo que le gustaban muchos los aeropuertos porque eran perfectos para escribir. Sitios Writing-friendly dirían los más jóvenes. Fundamentalmente, son lugares que se hicieron esperar y los escritores somos espectadores, como se refirió en una crónica Jordi Soler a los habitantes del lobby de un hotel, profesionales.
Para sumergirse en la confección de una historia no hace falta sino un poco de tiempo libre y varios litros de café.
Páez Varela explicaba además que en los aeropuertos hay momentos en los que se debe apagar el teléfono. Muchos no gozan de buena conectividad a Internet. Son ingredientes que al viajero promedio le causan ansiedad, pero al escritor le procuran el silencio exterior para ser capaz de escuchar el dictado de su daimon. Así describían los griegos a la voz interior de los seres creativos.
Rigoberto López Quezada fue mi profesor en la UNAM. Mi amigo en la vida fuera del aula. Siempre repetía que la mejor fuente que un periodista podría cubrir es el aeropuerto. Por ahí pasan todas las personas. Celebridades, políticos, deportistas, científicos, empresarios e influencers. No existe otra forma de entrar y salir del país. Antiguamente, los periódicos y noticieros mantenían a un reportero de guardia en las salas de llegadas. Apenas veían que se abrían las puertas, encendían cámaras y micrófonos para atacar.
Los aeropuertos son, por las mismas razones, estaciones paradisíacas para leer. Si vas a volar, los habitantes del mundo te saben ilocalizable y te dejan en paz.
Hace un año que no me despego del piso. Ícaro se pregunta si acaso las alas también se derriten por falta de uso.
Un buen material de lectura para el aeropuerto serían las teorías y los perfiles de las 15 mujeres que la están rompiendo en el mundo, de la coeditora Daniela Sagastegui. ¡Disfrútenlos en nuestra edición digital de READEE!