Llegamos a la prisión de Joliet en la noche, era aterrador pensar en que un edificio se viniera abajo y en las historias de terror que allí se desarrollaron
La mítica Ruta 66 no podía sino ofrecer lugares míticos para ver, después de todo, se extiende de costa a costa de Estados Unidos y tiene casi un siglo de antigüedad. Es cierto que poco queda de la ruta original pero también es cierto que a través del camino permanecieron suspendidos innumerables sitios para ver. Entre ellos la prisión de Joliet, que se encuentra en la ciudad homónima en Illinois, a solo una hora de distancia de Chicago.
Llegamos un día nublado y cuando la noche estaba a punto de apoderarse del cielo. Esta prisión que funcionó de 1858 a 2002 apenas se mantiene en pie en algunos de sus puntos. Recuerdo que uno de los temas que más rondaron las pláticas de mis compañeros de viaje fue que Illinois tiene fama de ser un estado con mucha actividad paranormal. Bajo ese preámbulo, no sé si era más aterrador pensar en todas las historias que se desarrollaron en esos 144 años o en la posibilidad de que un edificio se viniera abajo.
Para la hora a la que llegamos los únicos que estábamos dentro de la prisión éramos las cuatro personas que ocupábamos el auto y dos guías. Joliet sufrió varios incendios ocasionados por civiles una vez que dejó de funcionar, de manera que toda la parte frontal está chamuscada. Unos pasos más adentro uno de los guías menciona que Joliet ha sido el escenario de diferentes películas y series de televisión. Entre las más conocidas están Prison Break y enemigos públicos.
Seguimos caminando mientras el frío ocupa cada una de las paredes que a veces gotean. En el piso hay libretas medio rayadas, botellas de agua y hasta diagnósticos médicos. Entramos al primer edificio con celdas. Los cuartos eran ocupados hasta por cuatro personas y nosotros ahora tenemos que turnarnos para pasar a tomar fotos.
Más adelante está el que funcionaba como hospital de los prisioneros, no hay nada de luz pero todavía están en las habitaciones algunos aparatos, más diagnósticos en papel, cuadernos, botellas de agua y ropa. Una silla medio rota anuncia que no se puede seguir adelante y todos volvemos, lámpara en mano, reaccionando a cualquier sonido que escuchamos.
Continuamos, estamos ahora en la cancha de basquetbol iluminada apenas por una puerta medio abierta. En el piso hay vidrios de una canasta que se rompió, las paredes están rayadas. Nos seguimos los pasos hasta la cafetería a la que le quedaron únicamente unas cuantas bancas y ahí, en la pared más larga, un graffiti con el Jefe Gorgory apuntándole a Bart Simpson que está a punto de morir en una silla eléctrica, una rosquilla gigante y Snake sosteniendo un arma larga.
Salimos otra vez a pisar el pasto que se mantiene intacto. De lejos vemos la escuela, una biblioteca y lo que funcionaba como templo religioso. Apenas podemos verlo por dentro pues el techo está medio colapsado y amenaza con caerse. Nos dice el guía que la cárcel se renta para eventos y mientras caminamos hacia la salida no puedo creer quién se atrevería a casarse en un lugar con una vibra tan fuerte.