Navegar es como mirar el fondo de una taza de café. Se debe entrar confiado en la oscura incertidumbre, agarrado con fuerza de la promesa del amanecer.
Después de la tercera taza de café, la propuesta se leía en los asientos. Como profeta, el invitado alemán profirió lentamente la idea: llevar 30 mil kilos de café verde mexicano en barco de vela hasta el puerto de Hamburgo, Alemania. David dio un sorbo a su café; grano oaxaqueño tostado en los laboratorios de Buna en la Doctores. Aquella temeraria proposición venía de Hermann Pohlmann, fundador de Teikei Coffee, un colectivo alemán que busca servir el mejor café mexicano aplicando las mejores prácticas de comercio justo y reduciendo la huella de carbono en su cadena.
Aquel sorbo no dio a David la clarividencia que tal vez Honoré de Balzac sí obtuvo después de 50 tazas de café. Por ello, en ese momento no logró dilucidar la aventura que se avecinaba al dar el sí al proyecto.
Todos en Buna celebraron la noticia. Con 7 años de experiencia en el café y una estrecha relación de trabajo con más de 300 pequeños productores mexicanos, la noticia de una compra de 30 toneladas implicaba que en una sola venta lograrían el total de kilogramos vendidos en 2019. No solamente implicaba que Buna lograría poner café mexicano en 2 millones de tazas alemanes, era también un sorbo financiero que inyectaría cafeína a toda la cadena de café a la que dedican todo su trabajo.
Mientras una parte del equipo preparaba todo el papeleo para su primera exportación de café mexicano, la vanguardia de Buna viajó hasta la comunidad de Santiago Nuyoó, en la sierra mixteca oaxaqueña, para acopiar el grano verde. Confiaban plenamente en las parcelas del lugar; trabajaban estrechamente con los cafetaleros y sabían de la calidad que podía producir. Pero en la agricultura siempre hay un riesgo que al final solo se puede limitar con técnica y unos gramitos de fe.
Esa ansiedad se mitigó al ir acopiando kilo a kilo los granos de excelente calidad. Todo iba muy bien. Pero ni eso, ni el dinero que pagaron anticipadamente por el producto —algo raro en el mundo de los negocios del café— pudieron cambiar un detalle: los tiempos se empalmaban con las fiestas patronales del pueblo. Y me disculpará usted, el guerito de Buna y todos las tazas alemanas expectantes, pero en el pueblo no se mueve un dedo hasta no celebrar la semana como marca la regla. Y todos bien saben que las celebraciones en la sierra mixteca oaxaqueña se dan con sabroso desenfreno.
Avontuur zarpó de las Islas Canarias durante la segunda luna de 2020. El capitán Michael Vogelsgesang y su tripulación estaban en una expedición con tiempo estimado de 6 meses con dirección al continente americano. Su misión: entregar víveres en Nicaragua y concluir la misión con 30 toneladas de café mexicano hasta Hamburgo.
En la mirada del capitán quedaba el reflejo del misterioso porvenir. No había nada que suponer mar adentro, tan sólo afrontar la inevitable aparición del kraken de la eventualidad.
Bitácora del capitán: 0730 – 27* 06,9N – 016* 08,8W; COG 135*; SOG 1,5 nudos, NNE 1, cielo claro. Seis minutos después hubo una segunda entrada. A la deriva, una embarcación. Dentro de una pequeña lancha de madera de apenas 6 metros, 5 mujeres y 11 hombres de origen africano miraban las blancas velas del Avontuur como si fuese una alucinación. Llevaban 10 días perdidos en el mar. Inmediatamente se tomó la decisión de subir a los 16 náufragos y desviar la ruta para entregarlos a una embarcación de rescate.
Continuaron su ruta trasatlántica sin saber que otro gran evento estaba provocando una reacción global: la pandemia del Covid-19. El virus hizo imposible el desembarco de víveres en Nicaragua, por lo que Avontuur decidió continuar hasta el puerto de Veracruz. Habían llegado con un retraso de 3 semanas.
Ya los esperaban con el cargamento listo de rico café. Pero había otro problema. No había suficiente espacio a causa de la falta de desembarco en Centroamérica. Había que solucionar rápidamente, pero la falta de papeleo impedía un desembarco legal, a menos que fuera como desechos. No hubo de otra. Sólo así fue posible cargar el último saco de café mexicano, sellado en plástico y listo para su viaje a Europa.
La misión volvía a su cauce. Navegar es como mirar el fondo de una taza de café. Se debe entrar confiado en la oscura incertidumbre, agarrado con fuerza de la promesa del amanecer. El divisar tierra firme llena de paz hasta al capitán más experimentado. La expedición de Avontuur concluyó el 24 de julio en el puerto de Hamburgo. Costal por costal fueron descargados y entregados al equipo de Teikei Coffee.
Esta epopeya no termina con tazas de dos continentes unidas por un mismo café, sino que ahora existe una profunda conexión que es posible leer en los posos del café. Hablan de una pequeña comunidad que pretende mover las tuercas del modelo económico actual para dar paso a una alternativa de futuro, uno que incluya bienestar para todas las familias, y de café rico y justo para todos.
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