Historias de entrega a domicilio durante la pandemia
La pandemia disparó el servicio de entrega a domicilio. Comida, medicinas, juegos de mesa, gadgets y hasta sex toys llegaron a las puertas de los […]
La pandemia disparó el servicio de entrega a domicilio. Comida, medicinas, juegos de mesa, gadgets y hasta sex toys llegaron a las puertas de los compradores gracias a los repartidores, que se han erigido como las heroínas y héroes de esta crisis sanitaria.
Pero bien lo dijo André Bretón en su momento: “México es el país más surrealista del mundo”. Una ciudad como la CDMX no podría estar exenta de historias fuera de lo común.
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Repartidores de diversas plataformas como Uber Eats, Rappi y Cornershop nos cuentan cómo ha sido las entregas a domicilio durante esta pandemia, el semáforo rojo y el confinamiento.
“TENÍAN UN LAGO CON COCODRILOS”
“Hay varias muy divertidas… en mi plataforma nosotros te hacemos el súper y es común que a veces tengas que llamar al cliente porque no encuentras algún producto. Me pasó una vez que la señora que hacía el aseo empezó a regañar a la dueña de la casa porque me encargó que comprara un jabón que no le gustaba. La dueña de la casa acabó pidiéndole disculpas y la verdad me dio mucha risa.
“No me ha tocado, pero entre las compañeras se comenta que hay un europeo en la Condesa que siempre las recibe en calzones. Está guapo, así que hay algunas se ponen felices y otras se ofenden, pero el policía del edificio nos dice que el señor siempre baja en calzones, así sea la farmacia o una pizza lo que le entregan. No sé si no tenga ropa, venga de un país muy liberal o no le importa que lo vean.
“Otra historia divertida fue cuando la lista que me llegó de una clienta incluía condones, aceites comestibles, lubricantes y pastillas azules. Total que llego a su casa y salió a recibirme una chica muy sexy, en lencería y con una batita transparente. Me había pedido comida también, pero esa no le importó. Cuando llegué, se puso a revisar que no faltara nada de su lista de productos sexuales.
“Algo que me ha dejado claro esta experiencia es que aunque digan que en México no hay dinero, depende de en qué zona de la ciudad te muevas. A veces, en algunas casas, me ha tocado ver guacamayas, loros y perros de razas que ni sabia que existían o que tienen nombres de razas que parecen sacados del Señor de los Anillos o de Star Wars. Una vez, en una entrega pasé a la cocina a dejar las bolsas de la tienda y tenían un lago en el que había cocodrilos”.
ERNESTO, CORNERSHOP
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“ME HICIERON BAILAR ENCIMA DE LA MESA”
“Como no hay venta de alcohol después de las 12, a las plataformas en las que no hay intercambio de dinero físico nos piden muchos pomos a esa hora. Se supone que no debe haber fiestas, pero en esta tenían un escándalo terrible. Ni siquiera me abrían. Les llevé tres botellas de Don Julio.
En su peda, me metieron a la fiesta. Empezaron a decir: ¡qué baile, qué baile el Rappi!. Les dije que sí, si me daban propina. Total, les bailé pero decían que no estaba prendido. Súbete a la mesa, me pidieron y les dije que sí, si me ponían mi canción (Black Velvet, de Alannah Myles). Ya era como la 1 de la mañana. Total, me subí a la mesa y le hice al cuento. Me hicieron bailarle hasta la cumpleañera, que era una señora grande.
Me rifé, yo creo, porque me dieron mil pesos de propina. Ya cuando me iba, me dijeron: si te encueras completo, te damos cuatro mil. Pero la verdad es que ya me tenía que ir.
“En otra ocasión, me tocó llevar el pedido de una taquería al primer cuadro de la ciudad. Estuve buscando un buen rato la dirección y no la encontraba. Total, le mandé un mensaje al cliente y le pedí que me explicara dónde debía entregarla porque no me ubicaba. Me explicó que era en uno de los accesos a Palacio Nacional.
Pensé que se trataba de alguien que trabajaba ahí, pero cuando me identifiqué, empezó a haber muchos movimientos y gente que se comunicaba por radio. Salieron dos jóvenes custodiados por varios guaruras y supongo, porque no los ubico, que alguno era hijo del Presidente. Nos despedimos con cordialidad y ya después me escoltaron a mí hasta la calla de Palma.
“Esa noche, la clienta era de una fiesta neohippie-yuppie-hipster de la Condesa, que aun a pesar de las prohibiciones, siguen celebrando fiestas. Llevé refrescos, hielos y cigarros, pero ya estando ahí me preguntaron si no sabía dónde comprar alcohol.
A pesar de la Ley Seca, sé dónde comprar botellas, así que regresé después de un rato con unos pomos. En la fiesta me preguntaron si no quería algo y como yo había traído Coca-Cola, les dije que sí, que un poco de coca. Entonces me pasaron la charola con polvo y les tuve que decir: no me es ajeno el uso de estupefacientes, pero yo sólo quiero un poco de Coca-Cola. Todos rieron.
Ya me iba, cuando encontré a un grupito pintando en un lienzo y hablando de sus viajes a Europa y conocimientos de arte. Total que me preguntaron: ¿tú qué le pondrías a este cuadro? y yo todavía les dije, como estás usando una gama de colores cálidos, te convendría darle unos brochazos gruesos con gris o azul, para reflejar esa desesperanza de la que hablas.
Me retiré riendo para mis adentros, porque ¿qué clase de artista recibe consejos de alguien que no ha estudiado arte? Pero por lo menos ya no tenía sed y sí, 200 pesos de propina”.
GERSON, RAPPI
“ME MANDÓ A COMPRARLE VIAGRA”
“Me han tocado experiencias chuscas pero también unas algo tristes. Una vez fui a entregar un helado a una colonia muy humilde. Eran como 14 niños los que se comerían ese helado, pero por fortuna traía en la mochila unos juguetitos que se le habian olvidado a mi hija, así que se los regalé y se pusieron muy felices.
“Luego se me regresó, porque en una entrega una señora me dejó un aguinaldo con guayabas y mandarinas. Bien adornado y hasta con una etiqueta con mi nombre y un mensaje de: échale ganas, todo saldrá bien en 2021.
Lo triste es que a raíz de la pandemia, de repente estás platicando con otros repartidores y hay un buen de músicos, productores, abogados, profesionistas a los que se les cayó el mundo cuando estalló la pandemia.
Pero entre las chistosas estuvo una en la que fui a entregar algo de sushi a un departamento. Estuve toque y toque como 15 minutos, hasta que salió un señor gordito en calzones abrazando a dos chavas semidesnudas.
Me dio mi propina y me dijo, ¿puedes ir a la farmacia? Te doy 100 pesos de propina. Yo así de: ¿y qué necesita? Pues una cajita de viagra. Dije: de aquí soy. Fui en friega a la farmacia de al lado y le traje sus pastillas. Pero antes de irme, el señor todavía me dijo: oye, ¿sabes si me las puedo tomar con vino?”.
TONATIUH, RAPPI
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“GUARDÉ MIS TRUCOS DE MAGIA EN LA MOCHILA DE UBER EATS”
“Lo más duro es que trabajo a pie, así que tocan entregas en un radio muy corto. Pero además de repartidora, hago espectáculos infantiles. Hace poco, me contrataron en la delegación Cuauhtémoc para dar funciones de teatro infantil así que la mochila de Uber Eats la utilizaba también como caja de mago para los trucos.
La forré toda con estrellitas de color plateado. Así que algunos clientes se sacaban de onda o no me creían cuando llegaba a sus casas, que les traía la comida, porque no se veía el logo de la marca. Con todo y eso, una vez un señor bajó 15 escalones a pie para encontrarme y me dio 100 pesos de propina”.
VANESSA, UBER EATS
“ENTREGUÉ MI PROPIO LIBRO EN UN HOSPITAL COVID”
“Soy fotógrafo. Colaboré en el libro Pasos sonideros, de Jesús Cruz Villegas. Pero cuando empezó la pandemia me tuve que poner a hacer entregas en mi bicicleta. Sobre todo amigos que vendían cosas, porque las plataformas y apps no me convenían por los porcentajes que ofrecen. Lo más extremo fue una señora que me recibió vestida de astronauta, que no quería que le diera su paquete en la mano y hasta me aventó el dinero al suelo para que no nos tocáramos.
Pero más adelante me tocó vender y entregar mi propio libro, firmado eso sí. Una vez llevé uno a casa de Carlos Narro, el hermano del Rector de la UNAM, allá arriba por el Ajusco, ¡ya te imaginarás en bici… pero el caso más fuerte fue cuando entregué uno a una doctora en el hospital Covid de Magdalena de las Salinas. Era una de esas carpas inflables y ella salió con todo su equipo de protección a recibirlo”.
JUAN CARLOS, mensajero independiente