¿El voyeurismo es malo? ¿Es una enfermedad?
¿El voyeurismo es malo?, ¿a quién no le excita ver? Aquí te vamos a contar lo que necesitas saber, del voyeurismo y de las prácticas relacionadas a él.
Una rendija abierta en la puerta del baño donde alguien se está duchando. La ventana del edificio vecino donde esas amigas insisten en cambiarse la ropa sin correr las cortinas. La pantalla de un celular que, por videollamada, muestra a una mujer que inocentemente se desnuda para acostarse o se cambia la ropa para seducir al marido. Pocas cosas generan tanta adrenalina, tanta excitación, tanta necesidad como para espiar a una persona sin que ésta se dé cuenta de que se está exhibiendo ante nuestra libido pero, ¿el voyeurismo es malo?
Es un hecho, nos gusta mirar, segundo a segundo, 28 mil 258 usuarios de internet ven pornografía y cada uno gasta en promedio 89 dólares. La palabra sexo es la más buscada en toda la red y 12 por ciento de los websites son de contenido pornográfico. Pero, ¿es esta fascinación humana por fisgonear o espiar situaciones de índole sexual una patología, una enfermedad psicológica o se trata de una necesidad biológica compartida con otros animales?
De la casualidad a la patología
A todos, a unos más que a otros, nos gusta mirar a una mujer desnuda; es parte de la excitación y de nuestra actividad sexual normal. hay, sin embargo, una diferencia muy importante entre mirar como se quita la ropa nuestra pareja, para luego iniciar un juego de caricias, y acostumbrar prácticas voyeuristas. la diferencia radica en el consentimiento o conocimiento de la persona observada. Mientras que en la actividad sexual normal este consentimiento está sobreentendido, en el caso del voyeurista, rara vez existe.
Por otro lado, un mirón o voyeur prácticamente no interactúa con el sujeto observado: suele espiar desde lejos. Es el riesgo, la emoción, el peligro de ser descubierto lo que a menudo potencia la fogosidad.
Algunos lo experimentamos en situaciones casuales; tal vez en la infancia cuando encontramos un orificio en el baño del al lado, nada se compara con la experiencia de espiar a nuestras compañeritas de colegio. Quizá, ya de adultos, desde la ventana de nuestro propio departamento; ¿acaso no es excitante mirar la manera en que la vecina se va despojando lentamente de su pose ejecutiva? Primero el saco, luego las medias; bastarán unos segundos para que caiga la falda dejando al descubierto un diminuto bikini blanco.
Y ahí estará semidesnuda esperando a algún visitante, sin saber que la observamos. Mientras tanto, nosotros nos adueñamos de ella acariciándola con el roce de nuestras pupilas… habría que cerrar las persianas antes de que esto se convierta en un juego peligroso.
Sí es difícil separarse de la escena, a unos les costará más trabajo que a otros. Sin embargo, el voyeurista es aquel que no puede hacerlo, por el contrario estará al acecho de su presa cada día y cada noche, ya sea en su casa, en una playa, en un baño público, en Internet o en la oficina. así el voyeurismo figura en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales IV (dSM Iv) como “…el hecho de observar ocultamente a personas, por lo general desconocidas, cuando están desnudas, desnudándose o en plena actividad sexual, en donde el acto de mirar se realiza con el propósito de obtener una excitación sexual y en el cual por lo general no se busca ningún tipo de relación sexual con la persona observada.”
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Pero… ¿es el ser humano la única especie a la que le gusta observar estas escenas, como para que la práctica se convierta en una patología? lo mismo se preguntó un grupo de neurobiólogos de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, el cual emprendió la extraña tarea de investigarlo.
Mirada animal
El doctor Deaner y sus colaboradores diseñaron un experimento, para averiguar si los primates no humanos son capaces de “pagar” por ver imágenes relacionadas con sexo. Los Macacos rhesus fueron puestos a prueba, con una pregunta en mente, ¿hasta dónde serían capaces de llegar para obtener fotos de los genitales de las hembras de su especie?
Luego de sentar a algunos monos frente a una computadora y darles a elegir entre recibir un drink de jugo de cereza (cosa que al parecer les encanta) o ver los genitales de algunas hembras, casi la mayoría de las veces, “…resignaron el jugo –asegura Deaner– realmente prefieren estas imágenes.”
El alto valor que se le da a la observación tiene sentido y es consistente con el hecho de que la vulva inflamada (signo de disposición para el apareamiento) provoca un profundo cambio en el comportamiento de los machos en estado salvaje; aumentan las inspecciones visuales, los intentos de cópula y los enfrentamientos entre dos o más de ellos para competir por una hembra.
Si bien este descubrimiento no invalida la existencia de comportamientos psicológicamente patológicos en los humanos, los mismos que deben ser tratados como cualquier otra enfermedad, esta extraña compulsión a mirar la desnudez y la sexualidad de los otros podría tener algún componente biológico, es decir que podría ser parte de nuestra naturaleza. Más aún si se toma en cuenta que las estadísticas indican que el voyeurismo se da, en mayor medida, en hombres heterosexuales, ya que es el hombre el que depende más del sentido de la vista para alcanzar la excitación sexual.
En fin, puede ser que tengamos cierto componente biológico que nos motiva a mirar la sexualidad de nuestros congéneres sin que ellos se enteren, o puede ser una desviación de la pulsión sexual humana natural, lo que es cierto es que el voyeurismo o la simple observación de la sexualidad de nuestros semejantes siempre ha existido, y conociendo esto… el negocio siempre ha sido bastante lucrativo.
Prohibido mirar
Reino Unido y Canadá: El voyeurismo es clasificado como delito sexual.
Estados Unidos: Penaliza esta práctica y en nueve estados del país hay leyes que castigan específicamente el video voyeurismo, lo cual implica filmar a alguien sin su consentimiento mientras se encuentra en situaciones privadas.
Nada enfermo
Según el DSMIV, el voyeurismo es una parafilia, es decir, que encuentra el placer fuera del coito, pero no resulta peligrosa ni se trata de una enfermedad.