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Crónicas Covid: entre hoteles de paso y videollamadas a escondidas

Por: Yésica Neri Valdés 20 Jul 2021

A los enfermos de Covid los cuidan enfermeras que viven en hoteles de paso y que se juegan el trabajo por hacer una videollamada. Estas son sus historias.


Crónicas Covid: entre hoteles de paso y videollamadas a escondidas

Vivir en un hotel de paso puede ser incómodo. Sin embargo, en el México Covid para Ruth resulta reconfortante.

Al entrar a su habitación, la recibe un sillón rojo utilizado para practicar piruetas sexuales, enciende las luces led que hay debajo de su cama y se mira a sí misma en el enorme espejo que cubre el techo.

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Pero Ruth, este hotel es el palacio de descanso en el que se refugia después de una larga jornada de trabajo.

Desde hace 5 meses trabaja como enfermera en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). Ahí libra una constante batalla contra la muerte.

Durante 12 horas diarias, cubre un turno diurno atendiendo a pacientes con Covid. Tiene que estar pendiente de 4 a 7 infectados.

–¿Qué cuidados les proporcionas?

–Demasiados, —contesta y su voz refleja con cansancio— realizo duchas corporales, movilizaciones, cuidado de hidratación en la piel, aseos bucales, aspiración de secreciones por cánula y aplicación de medicamentos. Todo depende de la gravedad del paciente. A los intubados que hay que limpiarles con frecuencia sus mascarillas o puntas nasales y monitorear sus signos vitales.

Eso implica un gran desgaste físico y emocional para ella.

Al final del día, su rostro exhibe las marcas de su equipo de protección. Se deshidrata, sufre de mareos y le falta el aire, pasa hasta 6 horas sin ir al baño y termina con las manos destrozadas de tanto lavárselas.

El cansancio emocional resulta peor. Cada vez que sale del hospital con destino al hotel, siente miedo de haberse contagiado.

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“ME TOCA HACER LAS NOTAS DE DEFUNCIÓN”

Al sur de la CDMX, en el Hospital General de Zona 1A Rodolfo Antonio de Mucha Macías, trabaja la médica general, egresada de la UNAM, Georgina Rojas.

Gina, como le gusta que la llamen, se sumó al equipo Covid a causa del empleo. Recién graduada, encontró trabajo atendiendo un consultorio anexo a una farmacia.

Cuando inició la pandemia, a finales de marzo, la gente dejó de ir a consulta. Gina tuvo que dejar el trabajo y algunas semanas después, se enteró que algunos hospitales estaban reclutando personal médico para enfrentar el coronavirus. Aplicó y la contrataron de un día para otro.

“En ese momento entendí que algo muy difícil sucedería en cuestión de salud en México”, recuerda.

Ella cubre el turno nocturno, miércoles, viernes y domingo, en un horario de 8 de la noche a ocho de la mañana.

Al llegar al hospital, desinfecta su área de trabajo con cloro y se coloca un Equipo de protección personal que consta de un overol, una bata desechable, dos pares de guantes de látex, goggles, botas, un gorro y un cubrebocas N95.

Su trabajo consiste en revisar la evolución de los pacientes Covid, realizar tomas de cultivos de aspirado broncoalveolar, observar radiografías de tórax, analizar estudios de laboratorio y apoyar como ayudante a los médicos especialistas.

Hay una tarea, en especial, que la desgasta emocionalmente: “Me encargo de realizar las notas de defunción y de explicarle a los familiares qué procede para la entrega del cuerpo de su paciente”.

La tristeza en sus ojos es evidente.

A su área también han llegado muy graves médicos, enfermeros y personal del hospital. A Gina le ha tocado atenderlos y ver morir a la mayoría.

Ella se contagió en agosto. Su pareja asistió a un evento de trabajo y ahí contrajo la enfermedad que después le pasó a ella. En cuanto ambos presentaron síntomas, se realizaron la prueba y dieron positivo.

Le dieron incapacidad en el hospital y se quedó en casa durante 14 días. Afortunadamente, ninguno de los dos tuvo alguna complicación, pero Gina tardó dos meses en recuperar el sentido del olfato. Hasta hoy no percibe algunos olores.

Pero ni experimentar en carne propia la Covid fue motivo para renunciar.

“Mi misión es salvar todas las vidas que pueda; pero también, y aunque no me guste admitirlo, la contingencia me ha traído una mayor solvencia económica”.

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EL DOCTOR INTUBADO POR COVID

Para Ruth Torres, trabajar en un área Covid también representó una mejoría económica, pero las consecuencias emocionales por ganar un dinero extra han sido terribles.

Todo un cóctel de emociones: impotencia por la escasez de materiales y personal, tristeza cuando alguien pierde la batalla, dolor al ver la necesidad que tienen los pacientes de hablar y estar cerca de sus familiares, frustración por la falta de empatía y responsabilidad de la sociedad, miedo a ser contagiada e infectar a su familia, soledad por mantenerse aislada de sus seres queridos y no obstante, la satisfacción que le produce salvar vidas.

“Hay pacientes que están conscientes y pueden expresar sus miedos. Quieren ser escuchados, por eso me gusta brindarles apoyo emocional, apapacharlos y echarles porras, aunque se encuentren intubados y en coma inducido”, dice Ruth.

Por esta razón, algunas enfermeras rompen las reglas. Como Brenda Villalobos, que forma parte del equipo de enfermería en el área Covid del INER.

“Sé que no está permitido, pero muchas veces leo los expedientes de los internos para anotar los números telefónicos de sus familiares y así, agendarles una videollamada con su paciente”, reconoce.

En medio de su jornada, se da tiempo para leer mensajes que le hacen llegar las familias de los pacientes a través de su WhatsApp. Brenda les llama “las cartas virtuales”.

Además de textos, Brenda recibe notas de voz, canciones y fotografías. Todo esto se lo hace llegar a los enfermos, a escondidas de sus superiores.

“Lamentablemente, la jefa de enfermería es una persona amargada. Nos dice que no somos mensajeros. Una vez, casi pierdo mi trabajo porque me cacharon haciendo una videollamada, pero no me importa, en la medida de lo posible lo seguiré haciendo. Me pongo en el papel de las familias; si mi mamá fuera la que se encontrara internada, me gustaría que alguien me mantuviera en contacto y le trasmitiera todo mi amor”.

Los pacientes al tener contacto con sus familiares se motivan y reaccionan mejor al tratamiento, es como si el amor de sus seres queridos los revitalizará, incluso hasta los que se encuentran intubados presentan mejorías con solo escuchar una nota de voz de su familiar.

–¿Algún paciente en particular te ha marcado?

–Todos han dejado una huella en el corazón. Pero recuerdo a uno con mucho cariño, el doctor Ricardo Neri Vela. Trabajé con él en el Hospital Juárez, aprendí mucho; por eso, cuando lo vi internado en el INER, no lo podía creer. Me dio muchísima tristeza verlo intubado, por eso no dudé en contactar a su familia y realizar una videollamada con ellos. El pronóstico era desolador, pero después de tener contacto con su familia impresionantemente comenzó a reaccionar al tratamiento y su organismo se estabilizó.

Brenda continúa: “Rápidamente lo dieron de alta. Esto me dejó una gran satisfacción, me hizo feliz saber que yo aportó un granito de arena para su recuperación.”

 

EPÍLOGO

El refugio de heroínas de la salud como Ruth seguirá siendo el hotel de paso.

No le importa pasar sus días en ese lugar, con tal de proteger a su familia de un contagio. Su vocación es más grande que su miedo.

“Seguiré trabajando en el área Covid porque ante la situación que estamos viviendo, no puedo quedarme como espectadora mientras mis compañeros lo están dando todo”.

La misma posición que en esta guerra contra la Covid comparten Gina y Brenda.

 

 

 

 

 

 

 

 

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