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Wilsoooon! La noche casi sin celulares de Porcupine Tree

Escrito por:Arturo J. Flores
No fue el de Porcupine Tree un concierto libre de celulares. Así lo había anunciado un día antes, en redes sociales, el grupo inglés. Sin pretenderlo, la advertencia en la que los músicos pedían a los asistentes a su concierto en el Pepsi Center abstenerse de grabar, hizo que muchas personas que desconocían su existencia, se preguntaran quién eran esos rockeros que prohibían grabar y tomar fotografías durante su actuación.
Quizá hasta les regalaron algún play en su Spotify.

Entre llamas y llamadas de atención

Por poco y de verdad es un concierto libre de teléfonos celulares. Incluso el personal de seguridad batalló poco apagando las llamas pues fueron pocos los arriesgados que quisieron llevarse una imagen o un video de contrabando, pero que a la primera llamada de atención volvieron a enfundar sus gadgets como si fueran revólveres de cowboy.
Porcupine Tree casi lo consigue. Fue ya muy tarde, después de un concierto de más de dos horas, al que partió por la mitad un intermedio de 20 minutos, al que sólo le faltaba una para completar las 21 canciones, que un hombre rompió impunemente con la instrucción.

Los 22 celulares que amábamos antes de los Smartphones

Delante de un foro atestado, sacó su teléfono inteligente y le dijo a la audiencia que al día siguiente su hija Yali cumpliría años y que le gustaría que entre todos le gritáramos un “Happy birthday!”.
Después de salirse con la suya, Steven Wilson, el compositor, guitarrista y cantante que a finales de los 80 formó Porcupine Tree, guardó su teléfono e interpretó “Trains”, el track con el que habría de clausurar una noche pletórica de atmósferas y texturas musicales.

Dios está en mi smartphone

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Antes de pedirnos la felicitación, la agrupación había tocado otro tema que sin que fuera su objetivo, parecía explicar su insistencia de dejar a un lado la necesidad, ya patológica, que tenemos los seres humanos de registrar cada segundo de nuestro paso por el mundo para compartirlo con los demás.

“Dios está en el celular/ Dios está en la red/ Dios está en la advertencia/ Dios está en la amenaza”, cantaba Wilson en “Halo” y la maldita dependencia me hizo llevarme instintivamente la mano al bolsillo, con la intención de grabar la canción. Me contuve, pero no pude evitar pensar en las palabras de Heráclito cuando dijo que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río.

Tal vez Steven Wilson, Richard Barbieri y Gavin Harrison querían que entendiéramos que este principio aplica a la música en vivo. No importa cuántas veces puedas ver a un artista conjurar su magia encima de un escenario, cada una de ellas resulta irrepetible.

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Por mucho que el teléfono te sugiera que volverás a vivir el instante si tienes un video almacenado, en el fondo es mentira. La misma que opera en el organismo de un junkie que se arponea incesantemente el brazo queriendo revivir lo que sintió la primera vez que se inyectó.

Happy B-day, Yali!

Una noche de celulares en reposo, de vasos vacíos, apilados como testimonio de la cantidad de enemigos líquidos que cada garganta pudo enviar al Valhalla, visuales psicodélicos en la pantalla que se colocó detrás de los músicos y una selección de refinada de clásicos de Porcupine Tree más algunos del reciente disco “Closure/Continuation” como “Rats return”  y “Chimera’s Wreck” se condensaron para obsequiarnos una experiencia de la que sólo quedará registro en nuestros hipocampos, que explica la ciencia es la parte del lóbulo frontal donde se almacenan los recuerdos.
Eso sí, quedará para siempre la felicitación de cumpleaños que le enviamos a la hija de Steven Wilson.

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