John Lennon: 42 años después de los disparos
Liverpool había sido una de las ciudades más castigadas durante el bombardeo de los nazis a Inglaterra en Octubre de 1940. Julia Lennon tomó como […]
Liverpool había sido una de las ciudades más castigadas durante el bombardeo de los nazis a Inglaterra en Octubre de 1940.
Julia Lennon tomó como una picardía su matrimonio con Alfred Lennon, un marinero errante que conoció y del cuál se enamoró y recibió la bendición muy pronto, ante el asombro de su familia, especialmente de su hermana Mimi, quien no podía creer la rebeldía de su hermana al contraer nupcias con aquel hombre tan extravagante, del cuál poco se sabía, excepto que viviría en altamar la mayor cantidad del tiempo, destinando a Julia a una segura soledad.
Así comienza esta historia, la del hombre que hoy, 42 años después de haber recibido el calor más abominable que un ser puede recibir, el de un impacto de bala, que ingresa a una velocidad que no viene al caso recordar, así como el calibre del arma que empuñó Mark David Chapman, y que no tiene final, historia que si bien describió Sallinger en “El Guardián entre el Centeno”, y el asesino simuló hallar en él un manual de instrucciones para acabar con la vida de John Lennon, bien es conocido que ha sido el álibi perfecto para dejarnos huérfanos desde aquella noche que se alzaba sobre Nueva York, en el Dakota, icónico refugio plagado de gárgolas que se erige frente a una de las esquinas del Central Park.
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John Winston Lennon fue un niño prodigio, fruto de ese encuentro y de la magia. Desde muy temprana edad destacó en las artes y allí terminó recalando cuando llegó el momento de encarar su futuro.
Pronto llamó su atención un compañero que lo cautivó hasta el tuétano, Stuart Sutcliffe, y con quien se propuso, ante todo, cambiar el mundo. El amarillo era el color de “Stu”, y pronto demostró ser el mejor de la clase. En John todo era poco, la vida le parecía un sinsentido sin un acto de subversión ( o amor real, que vendría a ser lo mismo), que lo exaltara.
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Allí viene la historia que muchos conocemos: los Quarrymen, luego Beatles, con Paul llevando a George como guitarrista virtuoso de 13 años, y luego mutando a Silver Beatles y a The Beatles, viajes a Hamburgo, durmiendo detrás de la sala de proyecciones de un cine porno, con intervalos en The Cavern, en St. Mathew Street, donde traban amistad con Ringo Starr, que era baterista de otra estrella de aquellos tiempos, en aquella Liverpool tan fría y difícil.
El baby boom de los 40 había poblado, nuevamente, al mundo. “Todo lo que Necesitas es Amor”, y haciéndolo llegaban los niños.
En 1962 y en 1963, los Beatles trepan los charts y conquistan Estados Unidos. Sus cabellos saben enunciar y denunciar aunque parezcan callar. The Beatles conquistan América. Ed Sullivan los presenta y el mundo hace un giro de 180 grados. Hay esperanzas. Algo parece regresar el alma al cuerpo.
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Entre esos años y 1970, el mundo fue de y para ellos. Lo experimental, las drogas, el Arte Conceptual, Yoko Ono. Todo se vio envuelto en una suerte de maravilla opiácea. Y con esto quiero decir: afortunadamente. Porque no fue una anestesia, fue un fin del dolor.
Después de ver 3 veces “Get Back” de Peter Jackson, amo aún más a John Lennon. La causa es que veo todo lo que apenas se contó: su enorme sagacidad, su real desinterés en el Sistema, su rebeldía genuina. Están allí, en acción.
En su gestualidad, en su actitud, en su pose… John Lennon sigue siendo un concierto en la azotea de todas esas criaturas sin corazón. Y ahora sabemos que el corazón de las criaturas estalla dentro de una manzana. Esa manzana verde que, algún día, se volverá multicolor.
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