Ser migrante en un mundo globalizado
Las contradicciones de un mundo globalizado que mide a los migrantes con distinta vara de acuerdo a su situación. Las leyes no ofrecen el mismo trato a las personas calificadas –con estudios hasta de posgrado– que a los migrantes obligados a dejar sus lugares de origen por circunstancias como guerras, pobreza, tragedias humanitarias y desastres naturales.
En un mundo que defiende el libre tránsito de mercancías por todos los rincones del planeta, aun en los países más hospitalarios y con una larga tradición de recepción de migrantes, se levantan voces y leyes que apuntalan fronteras frente al extranjero: ese ciudadano nómada que busca un mejor destino.
“Vivimos en Estados que se plantean la necesidad de proteger sus fronteras en un momento histórico de globalización que se han abanderado, por ejemplo en temas económicos y que han apoyado el movimiento de ciudadanos de sus países libremente, pero a la vez reivindican las fronteras y el hermetismo” – Laura Nossa, investigadora del Instituto Pensar, de la Universidad Javeriana de Colombia.
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Estos desplazados han alcanzado en las últimas dos décadas cifras récord en el mundo, de acuerdo con la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Sus cifras advierten que cada minuto al menos 20 personas se convierten en nuevos desplazados y que la población mundial de personas desplazadas a la fuerza aumentó de 33.9 millones en 1997 a 65.6 millones en 2016, una cifra récord en la historia.
A partir de las migraciones masivas recientes de países en guerra como Siria, de donde huyen familias enteras en busca de refugio en países europeos, los conflictos migratorios llaman cada vez más la atención.
Frente a estos refugiados, los Estados y ciudadanos a veces prefieren hacer a un lado el sentido solidario que promueven los derechos humanos, con argumentos como los costos económicos implicados para una sociedad que trata con refugiados, explicó en un artículo la investigadora colombiana. En su preocupación, antes que las vidas humanas, está el gasto presupuestal de sistemas de salud o educativos.
Al mismo tiempo, esos países se benefician de la economía ilegal generada por los inmigrantes, pues esas personas generan riqueza a cambio de salarios irrisorios. Otra vez, la contradicción de un mundo que dice defender derechos humanos, pero viola derechos laborales al beneficiarse de los más desprotegidos.
En su libro Extraños llamando a la puerta, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman lo describe así: “En las zonas desarrolladas del planeta en las que tanto migrantes económicos como refugiados buscan acogida, el sector empresarial ve incluso con codicia la afluencia de mano de obra barata cuyas cualificaciones diversas ansían rentabilizar”.”Sin embargo, –sigue– para el grueso de la población aquejada por esa precariedad existencial, esa afluencia sólo significa enfrentarse a más competencia laboral, mayor incertidumbre y pocas probabilidades de mejora”.
Por Elia Baltazar